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miércoles, 17 de noviembre de 2010

DECLARACION DE GRANADA SOBRE LA GLOBALIZACION

POR SU INTERÉS, REPRODUCIMOS INTEGRAMENTE ESTA DECLARACIÓN



DERECHO Y JUSTICIA EN UNA SOCIEDAD GLOBAL

Proporciona la información: Lancelot



Jürgen Habermas, Boaventura de Sousa Santos, Francisco J. Laporta, Nicolás López Calera, Manuel Atienza, William Twining, Robert Alexy, Luigi Ferrajoli, Elías Díaz,Neil MacCormick, Paolo Comanducci, Zhan Wenxian, Uma Narayan, Larry May y otros participantes en el 22º Congreso Mundial de Filosofía Jurídica y Social – 2005.



El desarrollo de las relaciones económicas, políticas, sociales y culturales ha adquirido en las últimas décadas una dimensión que se eleva por encima de las fronteras entre los Estados e ignora las divisiones administrativas y políticas que se han establecido entre los pueblos. Transportadas por los medios de comunicación, por las nuevas tecnologías de la información, por las redes económicas y los flujos de personas, las acciones y decisiones de cada uno, por remotas que sean, pueden llegar a afectar la vida y el destino de poblaciones lejanas en cualquier lugar de la geografía del planeta. Somos agentes activos y pasivos en el gran río de las interacciones de la sociedad mundial.

Para expresar esa nueva realidad utilizamos genéricamente el término "globalización", aunque no debemos olvidar que se trata de un complejo entramado de creciente extensión e intensidad que presenta multitud de caras y facetas. Hay una globalización económica, que es ante todo globalización de los mercados financieros y expansión del mercado internacional de bienes, servicios y trabajadores. Estamos evidentemente ante una economía transnacional que en gran medida escapa al control de los poderes de los Estados. Pero no se trata sólo de un fenómeno económico. Hay una globalización de las pautas culturales, una globalización de los efectos medioambientales, una globalización de las comunicaciones, y también una globalización de las inseguridades y las luchas.

Sabemos que esa compleja multiplicación de los intercambios ha dado como resultado el incremento del bienestar económico y la riqueza cultural en grandes segmentos de la población mundial, pero somos también testigos de que, a su lado, una pavorosa realidad de sufrimiento, incultura y marginación atenaza a millones de seres humanos. La carencia de alimentos, la falta de acceso al agua potable, las enfermedades endémicas, el analfabetismo y las supersticiones conforman el horizonte vital de pueblos enteros. Las relaciones económicas globales entre países, grandes corporaciones y agentes económicos de todo tipo van con frecuencia escoltadas por la especulación financiera sin control, la explotación inicua de los trabajadores, la persistencia y el incremento de la ocupación de niños en labores extenuantes, la discriminación de la mujer y el despojo a pueblos enteros de parte de su riqueza natural mediante corrupciones y sobornos a autoridades políticas ilegítimas. También observamos crecientes amenazas al medio ambiente, explotación irracional de los recursos naturales y un consumo incontrolado del patrimonio irremplazable del entorno natural.

La sociedad globalizada es, pues, una sociedad mal estructurada y con efectos perversos sobre centenares de millones de seres humanos. Puede, por ello, hablarse también, siguiendo la terminología acuñada, de "injusticias globales". Nadie puede dudar que son esas injusticias y desajustes sociales los que dan lugar a flujos incesantes de inmigrantes que, empujados por la extrema necesidad, tratan de ingresar una y otra vez y contra toda esperanza en países extraños y hostiles que, sin embargo, les ofrecen una posibilidad remota de sobrevivir con dignidad.

La invasión imparable de mensajes y comunicaciones de toda naturaleza a través de las redes informáticas, con sus maravillosos logros culturales y científicos, no puede ocultar tampoco que, enajenados ante una cultura extraña, miles de seres humanos vuelven su rostro hacia sus tradiciones y creencias en busca de un refugio que se torna a veces en intolerancia étnica, nacionalismo agresivo y fundamentalismo religioso, con el patente incremento de la tensión en las relaciones internacionales y la eventual aparición del terrorismo y la guerra.

El nuevo sistema de relaciones económicas, sociales y culturales demanda un orden internacional nuevo. La globalización es también un proceso social con falta de control y regulación, conducido frecuentemente por poderes de escasa o nula legitimidad democrática. Hasta ahora los poderes de los Estados nacionales, al menos los Estados desarrollados, habían logrado ciertos niveles de justicia social. El desbordamiento de las fronteras nacionales y la existencia de problemas humanos graves que ya no pueden encontrar solución en el marco estatal exigen una gobernanza y unos poderes más efectivos y, sobre todo, más legítimos. La globalización es un fenómeno nuevo que ha colocado otra vez a la sociedad internacional en una especie de estado de naturaleza que necesita ser sometido a regulación. El paradigma de la democracia estatal se ha hecho insuficiente pese a que los Estados siguen siendo protagonistas del orden internacional y pueden todavía actuar eficazmente para frenar esos efectos perversos del nuevo sistema de relaciones económicas, políticas, sociales y culturales que se hacen realidad más allá de las fronteras estatales. Las pautas de derecho y justicia que son invocadas en las relaciones internacionales aumentan cada día su complejidad y su diversidad, pero no aciertan a incrementar su fuerza.

Los organismos internacionales que las animan son incapaces de imponerlas, y sus discursos son cada vez más meras exhortaciones mientras la realidad de los intercambios internacionales tiende a hacerse imprevisible y crecen en ella la injusticia y la desigualdad. Además, los poderes e instituciones internacionales sufren de carencias democráticas graves. Hay que fortalecer y dotar de mayor legitimidad a las instituciones internacionales vigentes, tanto las estrictamente políticas como las económicas, y crear otras nuevas que sean capaces de aminorar las debilidades de los Estados democráticos ante estas nuevas situaciones sociales. Las organizaciones no gubernamentales y los grupos e individuos que conforman la sociedad civil global están cumpliendo un importante papel en la denuncia de esta realidad, pero no pueden ir mucho más allá.

Nos sentimos en el deber de hacer una llamada a nuestros gobiernos y nuestros conciudadanos, a las organizaciones internacionales y a las grandes instituciones globales, en favor de una actitud nueva y decidida para incorporar la libertad y la igualdad como valores básicos de los seres humanos, y para que todas las dimensiones de la globalización estén sometidas a las exigencias del imperio de la ley, de una ley que sea cada vez más voluntad general y no sólo voluntad de unos pocos. El gran reto de este siglo XXI es configurar un orden mundial nuevo en el que los derechos humanos constituyan realmente la base del derecho y la política.

Declaración firmada en el XXII Congreso Mundial de Filosofía Jurídica y Social, sobre el tema "Derecho y Justicia en una Sociedad Global", celebrado en Granada, España, mayo 2005.

viernes, 12 de noviembre de 2010

LA UNIVERSALIDAD DE LOS DERECHOS HUMANOS.



Información aportada por: Lancelot.

Noam Chomsky 




La Jornada

11-04-2005

En años recientes, la filosofía moral y las ciencias cognitivas han explorado lo que parecen ser profundas intuiciones morales: Tal vez las bases primordiales de los juicios éticos.

Esas investigaciones se concentran en ejemplos ficticios que con frecuencia revelan sorprendentes coincidencias de juicio, tanto en niños como en adultos. Para ilustrar, tomaré en cambio un ejemplo de la vida real que nos conduce al tema de la universalidad de los derechos humanos.

En 1991, Lawrence Summers, quien fuera posteriormente secretario del Tesoro del presidente Bill Clinton y es ahora presidente de la Universidad de Harvard, se desempeñaba como principal economista del Banco Mundial. En un memorándum interno, Summers demostró que el banco debía alentar a industrias contaminantes a mudarse a los países más pobres del planeta.

La razón era que "la medida de los costos de la contaminación causante de enfermedades depende de los ingresos previstos de un aumento de la morbilidad y la mortalidad", escribió Summers. "Desde ese punto de vista, una cierta cantidad de contaminación causante de enfermedades debe hacerse en el país con el costo más bajo, que será la nación con los menores salarios.

"Creo que la lógica económica de descargar basura tóxica en el país donde existen los salarios más bajos es impecable, y debemos encararla".

Summers indicó que "cualquier motivo moral" o "preocupación social" acerca de tal acción "pueden ser dados vuelta y usados más o menos eficazmente contra cualquier propuesta del banco en favor de su liberalización".

El memorándum fue filtrado y causó furiosas reacciones. Un ejemplo fue la de José Lutzenburger, secretario del Medio Ambiente de Brasil, quien escribió a Summers: "su razonamiento es perfectamente lógico y totalmente insano".

El estándar moderno para tales cuestiones es la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948.

El artículo 25 declara: "Toda persona tiene el derecho a un estándar de vida adecuado para la salud y el bienestar de sí mismo y de su familia, incluídos alimentos, ropas, vivienda y atención médica, así como servicios sociales necesarios, y el derecho a la seguridad en caso de desempleo, enfermedad, incapacidad, viudez, edad avanzada u otras carencias en circunstancias más allá de su control".

Casi con las mismas palabras, esas provisiones han sido reafirmadas en convenciones suscritas por la Asamblea General, y en acuerdos internacionales sobre "el derecho al desarrollo".

Parece razonablemente claro que esta formulación de los derechos humanos universales rechaza la impecable lógica del jefe de economistas del Banco Mundial considerándola algo profundamente inmoral, posiblemente insana, que fue, por cierto, un juicio virtualmente universal.

Subrayo la palabra "virtualmente". Culturas occidentales condenan algunos países como "relativistas", que interpretan la declaración de manera selectiva. Pero uno de los principales relativistas es el Estado más poderoso del mundo, líder de las autodesignadas "naciones ilustradas".

Hace un mes, el Departamento de Estado de EE.UU. difundió su informe anual sobre derechos humanos.

"La promoción de los derechos humanos no es sólo un elemento de nuestra política exterior, es la base de nuestra política y nuestra preocupación principal", dijo Paula Dobriansky, subsecretaria de Estado para asuntos mundiales.

Dobriansky fue subsecretaria de Estado para derechos humanos y asuntos humanos durante los gobiernos de Ronald Reagan y George Bush padre. Y mientras ocupaba esa función, intentó disipar "el mito" de que "los “derechos económicos y sociales”" constituyen derechos humanos.

Esa posición ha sido reiterada con frecuencia, y subraya el veto de Washington al "derecho al desarrollo" y su consistente rechazo a aceptar las convenciones sobre derechos humanos.

Tal vez el gobierno rechace las provisiones de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero la población estadunidense está en desacuerdo. Un ejemplo es la reacción pública a la propuesta de presupuesto federal recientemente presentada, según indicó una encuesta del Programa de Actitudes Políticas Internacionales de la Universidad de Maryland.

Los entrevistados reclaman drásticos cortes en los gastos militares junto con fuertes incrementos de los gastos para la educación, la investigación médica, el entrenamiento laboral, la conservación de la energía, el uso de fuentes renovables, así como ayuda económica y humanitaria para las Naciones Unidas, junto con la cancelación de los recortes impositivos a los ricos aprobados durante el gobierno de George W. Bush.

En la actualidad hay mucha preocupación internacional, y con buenas razones, acerca de la rápida expansión del déficit comercial y presupuestario de Estados Unidos. Y, de manera estrechamente relacionada, figura el creciente déficit democrático, no sólo en Estados Unidos, sino en líneas generales, en todo Occidente.

La riqueza y el poder tienen muchas razones para desear que el público no participe en la determinación e implementación de una política. Ese es otro asunto de gran preocupación, bastante alejado de su relación con la universalidad de los derechos humanos.

Acaba de cumplirse el 25 aniversario del asesinato del arzobispo Oscar Romero, de El Salvador, conocido como "la voz de los sin voz", y el 15 aniversario del asesinato de seis importantes intelectuales latinoamericanos que eran sacerdotes jesuitas, también en El Salvador.

Los eventos enmarcaron la horrenda década de los 80 en Centroamérica.

Romero y los intelectuales jesuitas fueron asesinados por fuerzas de seguridad armadas y adiestradas por Washington, inmediatos mentores de los actuales funcionarios en ejercicio.

El arzobispo fue asesinado poco despues de escribirle al presidente Jimmy Carter rogándole que no enviara ayuda a la junta militar de El Salvador, que "agudizara la represión que ha sido desatada contra las organizaciones populares que luchan por defender los derechos humanos más fundamentales".

El terrorismo de Estado registró una escalada, siempre con el respaldo de Estados Unidos y con ayuda de la complicidad y el silencio de Occidente.

Atrocidades similares están ocurriedo en la actualidad, a manos de fuerzas armadas abastecidas y adiestradas por Washington, con el respaldo de aliados occidentales: Por ejemplo, en Colombia, principal violador de los derechos humanos del hemisferio, y principal destinatario de la ayuda militar estadunidense.

Al parecer el año pasado Colombia conservó el récord de asesinar más activistas sindicales que el resto del mundo combinado. En febrero, en una población que se había declarado "comunidad de paz" en la guerra civil de Colombia, se informó que los militares asesinaron a ocho personas, incluídos el líder de la población, y tres niños.

Menciono esos ejemplos para recordar a los lectores que no estamos comprometidos meramente en seminarios o en principios abstractos, o discutiendo culturas remotas que no entendemos. Estamos hablando de nosotros mismos, y de los valores morales e intelectuales de las comunidades privilegiadas en que vivimos. Si no nos gusta lo que vemos cuando observamos el espejo con honestidad, tenemos toda oportunidad de hacer algo acerca de eso.

* Noam Chomsky es profesor de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, en Cambridge, y autor del libro, de reciente publicación "Hegemony or survival: America´s quest for global dominance".

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